Vivimos rodeados de descreídos, lo cual es una ventaja para el bando opuesto porque el mundo pertenece realmente a la gente como nosotros, los que creen.

Me gustaría compartir contigo una reflexión de Giuseppe Ingegnieri, más conocido en España como José Ingenieros, de su libro titulado “El hombre mediocre”. Gracias a este libro logré entender algunas cosas que cuando vivimos de forma inconsciente son imperceptibles; detalles que sólo se pueden percibir cuando eres realmente consciente del lugar que ocupas y de tu propósito. Cuando descubres esto, empiezas a respirar ideales y ves como se aproxima por el horizonte el bullicio de la batalla contra la mediocridad, el conformismo y la rutina. Cuando decides unirte a esa batalla decides transformarte en un soñador frente a los utilitarios, en un entusiasta frente a los apáticos, en generoso contra los egoístas y en un disruptor frente a los dogmáticos.

Es algo que puedo compartir con los que caminan a mi lado, uno de esos descubrimientos que hoy comparto con cariño porque yo lo tuve que aprender por mi cuenta, a base de tortas y de escudriñar silencios durante muchos años.

A continuación comparto algunos fragmentos y reflexiones de José Ingenieros que no tienen desperdicio:

<<... Los filósofos del futuro irán poniendo la experiencia como fundamento de toda hipótesis legítima, no es arriesgado pensar que en la ética venidera florecerá un idealismo moral. Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible; la evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Un ideal es un punto y un momento entre todo lo posible que puebla el espacio y el tiempo, evolucionar es variar. En la evolución humana varía incesantemente el pensamiento. La vida tiende naturalmente a perfeccionarse. A medida que la experiencia humana se amplía, observando la realidad, los ideales son modificados por la imaginación, que es plástica y no reposa jamás. Los ideales son, por ende, reconstrucciones imaginativas de la realidad que deviene. Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un mismo afán de perfección. Todo ideal es una fe en la posibilidad misma de la perfección. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. La experiencia, sólo ella, decide sobre la legitimidad de los ideales, en cada tiempo y lugar. Sin ideales sería inexplicable la evolución humana. Los hubo y los habrá siempre. Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos.

Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo bueno y lo malo que observa, y lo mejor que imagina, sin ideales sería inconcebible el progreso.

Todo porvenir ha sido una creación de los hombres capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Los idealistas aspiran a conjugar en su mente la aspiración y la sabiduría; todo idealismo es, por eso, un afán de cultura intensa: cuenta entre sus enemigos más audaces a la ignorancia, madrastra de obstinadas rutinas. Los idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que lo oprimen. Todo idealismo es exagerado, necesita serlo. Y debe ser cálido su idioma, como si desbordara la personalidad sobre lo impersonal. Se distinguen dos tipos de idealistas, según predomine en ellos el corazón o el cerebro. El idealismo sentimental es romántico: la imaginación no es inhibida por la crítica y los ideales viven de sentimiento. En el idealismo experimental los ritmos afectivos son encarrilados por la experiencia y la crítica coordina la imaginación: los ideales tórnense reflexivos y serenos. Corresponde el uno a la juventud y el otro a la madurez, el primero es adolescente, crece, puja y lucha; el segundo es adulto, se fija, resiste, vence. Los idealistas románticos son exagerados porque son insaciables. El hombre incapaz de alentar nobles pasiones esquiva el amor como si fuera un abismo; ignora que él pone en manifiesto todas las virtudes y es el más eficaz de los moralistas. Vive y muere sin haber aprendido amar. En todo lo perfectible cabe un romanticismo; su orientación varía con los tiempos y con las inclinaciones. Las rebeldías románticas son embotadas por la experiencia. Los romanticismos no resisten a la experiencia crítica: si duran hasta pasados los límites de la juventud, su ardor no equivale a su eficiencia.

El idealista estoico se mantiene hostil a su medio, lo mismo que el romántico. Su actitud es de abierta resistencia a la mediocridad organizada, resignación desdeñosa o renunciamiento altivo sin compromisos.