Hablar estos días de innovación es un ejercicio peligroso, o cuando menos arriesgado. Para muchos, se trata de un concepto denostado y vacío de contenido. Otros, más pensando en el actual contexto que en el término per se, consideran utópico apostar por la innovación cuando las necesidades son mucho más básicas, llegando en ocasiones a la pura supervivencia.
No podemos pensar en el largo plazo cuando no tenemos las garantías del corto. La búsqueda del inmediato retorno es incompatible con la innovación. Sin embargo, y aun aceptando en parte los anteriores supuestos, la respuesta no debe ser en ningún caso abandonar la innovación. Es más bien al revés. Tenemos que ser capaces de reinventarla, y buscar los caminos para ello. La innovación debe estar en las actitudes, en la cultura empresarial, en los propios modelos de negocio. Tenemos que democratizarla, embeberla en la gestión —y no solo en la estrategia—, abrirla a nuestros clientes y —por qué no— a nuestros competidores.
Las disciplinas y los mercados han dejado de ser independientes. Una compañía de telecomunicaciones necesita dotar de contenido a sus servicios para dar valor a sus consumidores. Y un banco necesita de tecnologías móviles para acercarse a sus clientes. La mayoría de las profesiones del futuro no han sido todavía creadas. Todo está por hacer. La tecnología no tiene sentido si no cambia los hábitos.
Extraido del artículo de Antonio Crespo: «Innovar la innovación»